La agricultura familiar, las fiestas costumbristas, las festividades religiosas, la minga, la siembra, la cosecha, los velorios, los puentes, los ríos y esteros, la esquila, el asado al palo, el caballo y la vaca, la posta, la escuelita rural. Todos los anteriores son ejemplos de una cultura particular y vigente que se encuentra en el territorio rural, cultura que con el tiempo ha pasado a un injusto y preocupante segundo plano para el Estado y la ciudadanía en general.
Según el Censo del año 2017, en la región de Los Ríos hay 109.051 habitantes del área rural, lo que equivale al 28,3% de la población regional total, marcando una merma desde el año 2002, en que la población rural era el 31,7%.
El espacio rural es visto por los habitantes de los centros urbanos bajo una desfavorable ilusión romántica, donde se ve al campo como un lugar bonito, hecho para el reposo y el descanso, olvidando que es el espacio de vida y trabajo para familias enteras, y que los productos de la tierra son las que finalmente llegan a las mesas de todos.
Parece que estamos asumiendo que la comida es cultivada y procesada por la gran empresa, olvidando que tenemos pequeños agricultores y pequeños ganaderos a unos cuantos kilómetros de nuestros hogares, ofreciendo hortalizas y frutas que deben competir deslealmente contra los precios del productor grande.
Por otra parte, las llamadas políticas de desarrollo impulsadas por Estado parecen no responder a esfuerzos precisamente de desarrollo, sino que tan solo mantienen y evitan la desaparición de la forma de vida rural, pero ¿reflejan un empuje real a la productividad en el sector rural? Cuando los gobiernos hablan de desarrollo rural ¿se condicen sus políticas con lo que ocurre en la realidad?
Poco a poco el campo se ha ido transformando en residencia de personas mayores, los jóvenes emigran a la ciudad en busca de los recursos que en la propiedad de la familia no pueden generar. En los últimos 30 años se ha visto esa tendencia clara de la migración de los habitantes del campo hacia los centros urbanos, y los sucesivos gobiernos muy poco hicieron para detener esa situación, mas importantes eran las cifras generadas por las empresas, por los cultivos para exportación, por las enormes extensiones de terrenos destinadas a plantaciones de eucaliptus, en tanto para los pequeños propietarios de campos bastaban los subsidios, los créditos y la posibilidad final de vender su tierra a algún empresario interesado, total así funciona el mercado que tantos beneficios nos traería siempre y cuando el Estado no se metiera en ese asunto.
Y el Estado se inclinó hacia quienes tienen el capital, y lo que una vez fue latifundio finalizado por la reforma agraria con los años terminó volviendo a manos de los latifundistas, un ejemplo de ello está en el libro “Agustín Edwards Eastman: Una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio”, del periodista Victor Herrero, donde se describe cómo a comienzos de los años 90 en la zona de Nontuelá, comuna de Futrono, el fallecido empresario desplegó una gran apuesta; “construir un imperio agrícola”, con masivas compras de terrenos tanto a pequeños propietarios como a fundos del sector, iniciadas en 1992 y culminadas hacia el año 2005, conformando un megafundo de más de 5.000 hectáreas.
En la misma línea, y mucho más sensible en lo social, solo basta recordar lo que ocurrió con el precio de la leche, que terminó por arruinar a los pequeños productores y cooperativas lecheras, matando un sistema de vida.
Claramente hay un notorio desequilibrio entre el mundo rural y el mundo urbano. El campesino necesita y depende de los servicios que solo encuentra en la ciudad, como oficinas públicas y privadas, los centros de salud y educación, el comercio, la tecnología, etc, en tanto el habitante de la ciudad tiende a minimizar la existencia del mundo rural. Así también las autoridades suelen enfocar su mirada hacia la vida campesina únicamente en lo que se refiere a la producción, pero no se reconoce en toda su amplitud el sistema de vida rural con sus características particulares, lo que lleva a no identificar y tampoco a entender todos sus problemas.
Muchas veces pareciera ser que los gobiernos (a nivel nacional, regional o comunal), asumen que las comunidades rurales por el hecho de vivir en el campo no tienen mayor necesidad de acceder a políticas de cultura, deportes, educación, e incluso algo tan importante hoy en día como las acciones medioambientales.
Hoy, con el nuevo escenario de demandas sociales y políticas que cruzan el país transversalmente, nos han puesto a pensar, reflexionar y actuar en consecuencia, y en nombre del bien común se exigen soluciones a la situación nacional, instalando en el discurso la idea de avanzar decididamente hacia una nueva Constitución. Aun así no se ha visto una referencia clara que incluya al territorio rural en esta lucha.
Por eso ahora, a mi juicio debemos tener cuidado de no estar cayendo en la misma indiferencia que por décadas se ha tenido hacia el valor del campo y su gente, nos estamos enfocando en las necesidades que agobian al habitante urbano y estamos dejando de lado las problemáticas propias de lo rural.
Urgen políticas de capacitación reales, de promoción y fomento del emprendimiento, de reconocimiento del rol de la mujer en el ámbito rural, de dar a los jóvenes las facilidades y la confianza para desarrollarse en el campo, en fin, un sinnúmero de materias de las que los propios habitantes del sector rural deben pronunciarse, junto al mundo de la academia, organizaciones sociales y productivas, autoridades, entre otros.
Por otra parte hay un tema puntual acerca de la manera en que la vida rural es afectada con el actual Código de Aguas, el dilema de si el agua es un derecho o una propiedad.
Por lo pronto comencemos por reconocer y valorar al mundo campesino, asumiendo que es un espacio único e irreemplazable, natural complemento de los centros urbanos y no solo un escape momentáneo a las tensiones que sufre el habitante de la ciudad. La idea es avanzar en hacer justicia hacia el campesinado con un nuevo trato social, aprovechemos la actual coyuntura político-social para trabajar en ello, y llamar al campesino y sus organizaciones a levantar y hacer oír sus demandas.
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