Las enhiestas sombras vírgenes de la región septentrional de Aysén nos instalan sobre historias de colonización desde Checoslovaquia. Tres jóvenes concluyen sus estudios y comienzan a pensar cómo enfrentarían la convulsa situación política de su país. Eran Carlos Ludwig, Otto Webel y Walter Hopperdietzel.
El tiempo galopa. Y aparecen unos deslucidos libros sobre Aysén que presentan fotos e ilustraciones. Ese día conocen la obra de Hans Steffen, la que les entrega luces sobre la tierra prometida. Vendrían a conocer, llegarían a Puerto Montt y se embarcarían para internarse hasta muy cerca de Puyuhuapi.
Otros hombres, un poco más añosos, hacen algo parecido. Son Augusto Grosse y Max Junge, que forman un equipo distinto en el plano de la exploración. Por eso es importante verlos seguir juntos poco tiempo después en el remate de las misiones fundacionales. El propósito era lograr elegir un lugar para crear un poblado. Nada ni nadie les amedrentaría de ahora en adelante. Todo lo contrario, esperaron pacientemente superar los infortunios. Grosse estaba convencido que la saturación de habitantes en las grandes ciudades europeas jugaría un papel fundamental en la traída de nuevos colonos a Aysén. Se agregó a eso la dolorosa situación de sus paisanos sudetes, que estaban siendo expulsados de la patria. Gracias al apoyo del Ministerio de Tierras y Colonización en la capital, anudaron la idea y la prepararon convenientemente.
¿Qué hizo que germanos checos se vinieran hasta Santiago a probar suerte en las exploraciones y la colonización desde los confines del mundo? Estando Augusto Grosse solo en Santiago de Chile, no se sentía muy convencido de regresar a la selva y a la lluvia. Pero la providencia le pondría frente a sus ojos a dos de esos jóvenes recién egresados de la universidad en Berlín que buscaban la ocasión propicia para quedarse en Chile en calidad de colonos: Karl Ludwig, doctor en Ingeniería y Otto Uebel, ingeniero con especialización en Química. Ambos habían ingresado a Chile provenientes de los Sudetes Alemanes, y luego del término de la Segunda Guerra comenzó un drástico movimiento de expulsión. Estimulados por las prodigiosas lecturas sobre Aysén que proporcionaban los libros de Steffen allá en Rossbach, decidieron viajar a Chile y aprovechar las famosas ofertas de colonización para extranjeros.
Al llegar, recorrerían las tierras de Puyuhuapi y el mismo Uebel adquiriría, en un sorpresivo arranque de inspiración, 5 mil hectáreas de tierras. Desgraciadamente, por efectos de la situación política que vivía su país de origen, la inversión sería confiscada. Siguiendo los consejos de amigos chilenos, tuvieron que contratarse a honorarios en el servicio público y postular a las mil hectáreas ofrecidas por la Ley de Colonización. Los colonos eran originarios de Rossbach, una aldea limítrofe entre Alemania y Checoslovaquia. En aquellos tiempos de 1938 ya se hablaba de la llamada crisis de los sudetes, que se había constituido en uno de los acontecimientos político-sociales de más significación, capaz de delimitar el camino de la guerra. Los Sudetes forman una cadena montañosa situada en el centro de Europa, entre las regiones de Bohemia, en la actualidad perteneciente a Checoslovaquia y Silesia (Polonia). Antes del conflicto se asentaba allí esa población de origen alemán que en 1938 era checoslovaca. Una media docena de estas personas (que tuvieron gran relevancia en la fundación y desarrollo inicial de Puyuhuapi junto a Walter Hopperdietzel), eligieron Chile para colonizar, luego de haberse impuesto por un diario de Santiago que el Estado solicitaba a extranjeros de todas partes del mundo postular a vacancias de colonización en zonas vírgenes de Aysén.
Sin embargo, Grosse, al conocerlos tan finos y especiales, sólo atinó a sorprenderse ya que no imaginaba que aquellos alemanes de refinados modales pudieran ser colonos en Aysén. No los percibió nunca trozando leña con un hacha o fabricando tejuelas, remando sobre un bote o montando un caballo. Es la primera impresión que tuvo de lo que luego serían sus compañeros fundadores. Él mismo después se daría cuenta que estaba equivocado al declarar: mis dudas resultaron sin fundamento y nuestro encuentro tuvo al fin y al cabo un buen resultado, pues surgió entre nosotros con el tiempo una colaboración tal como sólo resulta cuando se comparte largamente una fogata y un ideal.
Para Grosse era un buen punto la llegada providencial de dos compatriotas y parecía ser esa una oportunidad única, de tal modo que se unieron en una maravillosa cruzada Karl, Otto y Augusto en primera instancia. Los jóvenes habían dispuesto todo tipo de preparativos y tomaron especial cuidado en reunir pertrechos, enseres, aparejos y suministros suficientes para iniciar la elección de un sitio y fundar un poblado. Siguiendo fundamentos básicos de poblamiento, mantuvieron incólumes los principios y el espíritu fundamental de los grandes pioneros de la civilización.
En septiembre de 1934 los tres futuros colonos se aprestaban a partir hacia la bahía de Puerto Cisnes en un bote con dos remos, provisto de un motor fuera de borda. A Grosse, especialmente en muchas noches colmadas de fogatas y reflexiones en torno a los campamentos, se le había prendido la imagen de una extensión de tierras sita en las costas del fiordo de Puyuhuapi, que merecían especial atención. Le gustaba por lo abrigado, luminoso, protegido y su magnífica extensión hacia las selvas. Le cautivó el color de las tierras y ese atractivo aspecto de fecundidad sin parangón. Era el área elegida, una idea que tendría que exponer y defender. Pero la última palabra no la tenían ellos, sino el particular reconocimiento autorizado protocolarmente por el Ministerio de Tierras y Colonización.
A su arribo a Cisnes, Grosse recibió la primera sorpresa, al encontrar a su amigo cocinero Remigio Latorre. Es éste el primer nombre que aparece al llegar y que se une a las imágenes de gente que aún trabajaba en el camino diseñado junto a Junge años atrás. Una buena noticia, sin duda, ya que Latorre había sido comisionado al lugar para velar por la protección de los pertrechos indispensables para la continuación del camino. De pronto don Augusto pensó que no era necesaria la contratación de un hombre para lo poco que había que hacer, pero el hecho de comisionar a un ser humano ahí, lo acredita como el que llegó primero a Cisnes, con licencia para vivir junto a su familia en calidad de colono contratado, incluso con derecho de solicitud de una franja para cultivo.
A unos 50 kilómetros de Cisnes hacia el norte, se encuentra el Valle de Puyuhuapi, un área esplendorosa y llena de luz, con clima benigno y verdes extensiones. Los exploradores estaban ansiosos, porque presentían que este viaje les iba a indicar una idea definitiva acerca de la elección del lugar escogido para colonizar. El valle de Puyuhuapi presentó, al salir de Cisnes, una dimensión desconocida para los instrumentos, aunque calcularon unos 50 kilómetros de longitud al recorrerlo. El periplo les hizo conocer la Playa Baguales, a unas dos millas de donde habían salido, la Isla Tortuga, en la orilla oriental del fiordo, y una bahía protegida frente a la Isla Magdalena. El clima era infernal y la lluvia se desató sin control, por lo que tuvieron que parar el bote y utilizarlo como cobertizo, encendiendo una fogata. A mediodía, el grupo, incluido el cocinero Latorre avanzó por laderas de tupida vegetación y buenos suelos a la vista, hasta encontrarse con un islote lleno de garzas, cuyos nidos se situaban en las copas de los árboles. Descansaron un par de horas, recuperando las fuerzas perdidas y por la tarde iniciaron un recorrido por los alrededores, encontrándose frente a un pequeño fiordo que en los mapas figuraba con el nombre de Queulat, con orillas empinadas y hermosas cataratas esfumándose desde las alturas.
La lluvia arreció y esta vez con mucho mayor fuerza, obligándolos a guarecerse una vez más y a parar el bote para encender una fogata hasta que descampe. Una vez que desarmaron el campamento y con los bártulos sobre el bote, partieron a como dé lugar, presintiendo que se encontraban cerca ya. Cuando el viento amainó, eran las once de la mañana de un día plácido y un mar de aguas bonancibles, que parecían un verdadero espejo. Una hora después llegaron al final del fiordo, un canal angosto y silencioso que los fue conduciendo como en una fantasía hasta la península extendida de unos dos kilómetros de playa que penetraban hasta el fiordo de Puyuhuapi.
Cinco años después
El Ministro de Fomento Ricardo Bascuñán, acompañado del embajador de Dinamarca llegan a inspeccionar. Por entonces, los colonos implementaban huertos con siembra de centeno, árboles frutales, se estaban construyendo dos nuevas embarcaciones y se experimentaba con una fábrica de cecinas con productos de engorda de porcinos.
En el lugar se observaba una sembradura de papas, mientras continuaban las quemas de selvas, y se notaba un aumento en el trabajo de esquilas. Los buenos colonos adquirían medio centenar de vaquillas fina sangre y empezaban a levantar un gran aserradero. Lejos quedaba ahora aquel encuentro de los colonos con el primer Puyuhuapi. Ahora todo había cambiado y los resultados de las arduas jornadas no se dejan esperar.
En las próximas semanas llega un radiorreceptor, que a la postre sería el único enlace con el resto del país. Pero los azota sin compasión la segunda gran catástrofe, con un invierno tan crudo que sucumben vacas en estado de preñez y terneros recién nacidos. En pleno Junio de 1939 acude en visita oficial el Intendente de la provincia don Julio Silva Bonnaud.
Al año siguiente se realiza la primera gran venta de madera, productos que ellos mismos administran, con obtención de buenas utilidades. Pronto se instalaría una rueda hidráulica para la energía eléctrica y talleres de herrería. Además, los primeros trabajos para el agua potable y, por supuesto, la famosa fábrica de alfombras.
Nuevamente va Grosse a sus apuntes y escribe lo que siente con verdadera inspiración: la proa del bote se incrusta en la arena de la playa de Puyuhuapi y vemos que sólo una angosta faja se encuentra desprovista de vegetación. Un riachuelo desemboca en la bahía, en cuya orilla florece, como una llama, el michai, una especie que de preferencia se extiende en bancos de arena fluviales. El pelú, una acacia, cuya corona luce amarillenta, está en plena floración. Y ahí también el matorral de calafate con sus maravillosas flores amarillas.
Al día siguiente ya eran de ahí, de Puyuhuapi, su selva y sus entradas, sus riachuelos, sus colores, su lluvia, su aroma mezcla de mar y entramada selva virgen. No bastaba con haber llegado, que es como todo lo que pasaba en ese tiempo en Aysén. Además, ya se sentían fundadores, ya eran ellos mismos colonizadores y colonos, habían dado la vida en ello, estallando de cansancio, peludiando miseria y sufrimiento junto a tantos chilotes que los estaban secundando. Y entonces estaban ahí, en un sitio tan desconocido como familiar, un futuro hogar, un soplo de vida en medio de la selva inexplorada.
Por la tarde fue encontrada por uno de ellos una tumba derruida en medio de un pastizal con tembladeras y nuevos restos de chozas o cabañas que algún día levantaron caminantes o pescadores para protegerse del frío. En lo que podría parecer un patio con huerta, se alzaban famélicos troncos de manzanos desquiciados, a los que rodeaba una espesa maraña de quilantos. Se preguntaron entonces los viajeros quiénes podrían haber estado allí antes de que ellos llegaran, con clara intención de quedarse pero que probablemente debieron sucumbir ante lo implacable del clima y la ofensiva e indomable selva verde. Después se proyectaron junto con los miles de árboles, la inmensidad de los terrenos, los ríos y altozanos. Lentamente, en medio de una revelación escucharon ronronear a la selva frente al mar, como diciendo que todo sirve para construir un poblado y traer colonos a vivir en esa tierra para siempre, y con lo que ello implica, casas, calles, puerto, muelle, camino, huertas, sembrados, aserraderos, corrales. No cabe la menor duda.
En definitiva, era el valle de Puyuhuapi el lugar que escogieron los exploradores para fundar una ciudad. Lo que sigue ocurrió tan rápido que los hombres de Grosse ni se dieron cuenta cuándo. En el viaje hasta la capital para comunicar la decisión de colonizar en Puyuhuapi, a la altura de Castro, se encontraron con el chilote Emilio Leviñanco, recordado trabajador de la primera etapa de Cisnes, destacado colaborador y hombre responsable y de confianza, y se pensó integrarlo a las arduas labores de colonización.
El impacto entre autoridades gubernamentales de este primer Puyuhuapi, no deja de ser importante, ya que se trata de un poblado desconocido que se encuentra asomado a un escenario lleno de imprevistos.
(Lea la última parte de esta crónica el próximo domingo)
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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