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Aniceto Laibe Karam, el primer transportista árabe de Aysén

Por Óscar Aleuy / 21 de abril de 2024 | 12:48
Aniceto Laibe Karam, junto a Julia Mansilla, su mujer. (Fotos familia Laibe)
En Aysén, los pioneros parecen pertenecer hoy a un término que no se alcanza a distinguir, o se ha desdibujado con el tiempo. El caso de Laibe con sus camiones, sus hoteles, teatros y restaurantes, se sale de toda norma y admira y asombra.
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Aniceto Laibe Karam bajó a Balmaceda por el lado argentino. Venía trayendo de Buenos Aires unas ideas profundas de liberación, luego de cruzar el Atlántico desde el pueblito libanés de Bikfaya. Su esposa, la chilena Carmela Villarroel, falleció por parto difícil cuando su hijo Yuseff quiso salir de su madre, al revés. Una cariñosa madrastra, Julia Mansilla, lo hizo su hijo. Con el tiempo, los Laibe se internarían por la Patagonia, y se radicarían cerca del antiguo Lago Buenos Aires, viajando por Las Heras, Puerto Deseado, Perito Moreno, y otros puntos colindantes. 

Sus primeros intentos de ganarse la vida fueron azarosos. Lo hizo montado en una chata, especie de armatoste de fierro y latones completamente cerrado para fletear mercancías de un punto a otro que era arrastrado por una tropilla de caballos. El carromato parecía ser como el hogar del joven Laibe. Ahí vivía, dormía, comía y trabajaba y de vez en cuando se solazaba con sus amigos y jugaba truco o mus barajando naipes abarquillados para meterse con algunos paisanos gauchos que llegaban de visita.

Su primer contacto con Aysén

Un día le tocó hacer un trato para un traslado de enseres a Balmaceda. Preguntando, supo que en medio de un desierto de coirones y viento despiadado existía una pobladía de veinte casas situada a pocos minutos de Lago Blanco, adonde llegó durante una noche de ventiscas en 1923. En ese lugar perdido en el fin del mundo, el apuesto libanés llegado de oriente, conocería a la chilena Carmela Villarroel, de la que se enamoró perdidamente, contrayendo el sagrado vínculo pocos meses después. Justamente en aquellos tiempos se encontraban prestando servicios activos los recordados zulquis, carritos de un caballo, similares a las victorias de Viña del Mar. En uno de esos viajes, doña Carmela, en avanzado estado de gravidez, protagonizó un grave accidente, al volcar el zulqui en que viajaba. 

El sempiterno edificio de madera en la calle Chile Argentina,donde los 
Laibe alternaron sus negocios durante años en la vecina Puerto Aysén. (Foto grupo NLDA)

 

A medida que pasaba el tiempo los viajes de Laibe Karam aumentaban en frecuencia y su rendimiento se incrementó al doble. Decidió abandonar la idea de seguir fletando en el carromato con las tropillas, y adquirió su primer camión, un Ford 4, el histórico vehículo en el que un día decidió abandonar para siempre Balmaceda y radicarse en la capital del territorio, acompañado por otra rutilante familia aysenina de origen libanés: los Chible. Ambos grupos se unieron en un epopéyico viaje de 45 días, hasta llegar al puerto el 16 de Diciembre de 1929. En aquel tiempo no existía ningún tipo de vía, camino o carretera, y con suerte se podían observar huellas de tropillas, ovejas, caballos y mulares que abrían los primeros espacios para avanzar. 

El viaje de Laibe el 29 constituye el primer desplazamiento en vehículo motorizado de la historia de la provincia, lo que lo hace ser algo que ocupa un sitial de privilegio en la historia de los primeros desplazamientos por tierra en Aysén. Constituye además un gran reconocimiento a ambas familias, ya que ni los Laibe ni los Chible se imaginaban la importancia que tendría y el carácter epopéyico que lograría, posicionándose en un lugar de privilegio en la historia del territorio.

La sala de cine en Puerto Aysén

Sumado a lo anterior hubo gran cantidad de situaciones y sucesos, pero una en particular que merece especial atención. El más vívido recuerdo de los Laibe parece ser cuando llegaron a Puerto Aysén. Funcionaban en aquel tiempo dos teatros de cine mudo y una galería para los espectadores construida con unos cincuenta fardos de pasto. El cine era una especie de empresa casera donde una maquinita a manivela hacía que se reflejaran en un telón las escenas de una película muda de la época donde Carlitos Chaplín hacía de las suyas junto a un niño triste. Una de las salas era de la familia Campistó y la otra de don Lidio González Márquez. 

Situémonos en 1930 y encontraremos una recién construida sala de proyecciones que disponía de muchas más ventajas que las actuales. Es que este jovencito Laibe parecía ser un verdadero adelantado. Aquel lugar poseía palcos, balcones, galerías y plateas, imitando a muchas salas de espectáculo de Europa. Los palcos habían sido mandados a construir con revestimientos de felpa y mullidos asientos donde las autoridades y los hombres de negocios de la época la pasaban muy bien. Los balcones se situaban en los costados y la galería era cómoda y amplia. Del centro de la sala colgaba una gran lámpara de lágrimas que se apropiaba del espacio con vigorosa prestancia. Lo peor llegaba cuando el audio y la imagen no se coordinaban ni en la salida ni en el tiempo. Las cosas andaban bastante mal ahí, y nadie había dado con la solución. Pero en ese entonces el joven Yuseff ya incursionaba con éxito en el apoyo comercial de su padre y era el encargado de conectar la música de victrola en el negocio y hacer funcionar la propaganda comercial. Se metió al problema y lo solucionó, haciendo que el manejo del sonido resultara descollante. De la noche a la mañana, el niño Yuseff pasaría a constituirse en el primer profesional pagado de banda sonora del territorio de Aysén.

Transcurrirían varios años antes que aquel cine mandado a construir por el empresario Laibe dejara de prestar servicios. Con el tiempo fue utilizado para las famosas veladas de box de antaño donde descollaban rutilantes figuras juveniles que dejaban pingües ganancias para los promotores locales, en una época en que existía un gran entusiasmo por las actividades boxeriles. 

Aquel portentoso cine, enclavado en medio de las barrosas calles de un pueblo aparentemente desprovisto de todo, presentaba algunas características interesantes, como el telón de boca que llamaba poderosamente la atención porque se levantaba a la hora que se iniciaba la función y aparecían los vistosos avisos comerciales de la época, con las ofertas de la semana de las grandes tiendas y baratillos de la calle Chile-Argentina, una curiosidad sin duda, a la cual se agregaba la de los avezados empresarios que vendían propaganda colgante desde los muros laterales de la sala, emulando la publicidad gráfica de los actuales campos deportivos de todo el mundo. En 1935, así dadas las cosas, esos creativos podían considerarse verdaderos visionarios de la divulgación cinematográfica.

Los hoteles de Laibe

Con el tiempo, Laibe continuó explotando el negocio del cine y paralelamente el de los transportes, efectuando viajes a los puntos donde los caminos se lo permitieran. Un día creció tanto la vida social activa de Puerto Aysén, que la capital de la provincia se convirtió en centro de encuentros y citas de negocios. A este visionario se le ocurrió entonces dedicarse firmemente a las actividades hoteleras. Se le habían metido en la cabeza los primeros establecimientos que conoció en Perito, Chile Chico, Lago Blanco y Balmaceda, ciudades de paso cercanas a la frontera. Sólo en Chile Chico funcionaban dos buenos hoteles, uno frente al lago y otro frente a la plaza. Luego se irguió el imponente Central frente a la plaza del puerto y el Plaza de la plazuela 18 de Septiembre, principalísimo y activo centro de confluencias de pasajeros y viajantes de todas partes del país. 

Finalmente los Laibe se fueron a vivir y trabajar a un local de color rosado de propiedad de Manuel Pualuán ubicado en la avenida principal, donde además atendía el comerciante Martín Ercoreca. El hotel estaba situado en el primer y segundo piso, donde funcionaban la cocina, los comedores, la cantina y los reservados, asignándose el segundo piso únicamente para dormitorios.

El hotel Central en cuestión, verdadero tesoro testimonial de los años cuarenta, contaba con salón de billar y salón de palitroque, lo que demandaba un intenso trabajo que poco a poco fue minando la salud del libanés. Con el tiempo, este singular hombre contrajo la tuberculosis y finalmente falleció cuando recién había cumplido 48 años, una verdadera tragedia familiar, que obligó a Yuseff, el hijo mayor, a asumir la manutención de una familia de tres hermanos y aplicando todos los conocimientos comerciales aprendidos. Felizmente, estaba preparado para ello y fue capaz de superar el desafío.

¿Qué sucedía con esta familia a su llegada a Balmaceda? 

Retrocediendo en el tiempo, nos vamos a la época de las bombachas gauchas rechazadas por las autoridades de la época y a la moneda argentina, notablemente útil y aceptada por los primeros colonos por su utilidad práctica y porque les servía para adquirir alimentos en los únicos boliches, los argentinos. Pues bien, en aquel ambiente de distancias inauditas, donde los trámites judiciales se hacían en Castro y las inscripciones de nacimientos, matrimoniales o de defunciones en Valle Simpson, la azarosa vida laboral de Aniceto le permitió ganarse muchos amigos a través de los poblados argentinos, y su nombre fue haciéndose muy conocido. Aquí viene un ejemplo de cómo se manejaban los asuntos civiles en tiempos donde las fronteras prácticamente no existían. Cuando inscribieron a Yuseff en el civil de Balmaceda, acudió el juez de Paz de Río Mayo (Argentina) y le anunció a don Aniceto que iba a registrar al nuevo retoño en los libros que la ocasión ameritaba. Al oír esto, Aniceto, con una gran sabiduría, que hasta el día de hoy agradecen sus hijos, le replicó:

—Si bien es cierto que yo entré por Argentina y formé mi hogar en Aysén, mis hijos nacieron en Aysén y por lo tanto ellos serán chilenos. 

Julio Chible ocuparía cargos importantes como gobernador, alcalde, regidor y candidato a diputado. Tuvo que nacionalizarse chileno habiendo nacido en Balmaceda, pero sus padres lo habían inscrito por medio de un Juez de Paz de Río Mayo, el mismo caso ocurrido con Laibe, pero que ellos aceptaron.

La curiosa situación de los antiguos registros civiles me lleva a meditar acerca de la verosimilitud de los orígenes del apellido de cada cual, ya que lo más probable era que el oficial civil de turno pusiera el apellido que habían escuchado sus oídos o lo que le había sugerido la pronunciación del inscribiente. El caso de Laibe, que es un apellido árabe que al pronunciarse suena algo así como Ljáibe. Obligó al oficial de la época a autodictaminar el sonido y a escribirlo tal como lo determinaba la señal auditiva, quedando entonces como Laibe. Lo mismo Aniceto, que no es tal, sino Huannís, es decir una aproximación auditiva que facilitaba las cosas. Y así, una variedad de ejemplos como Abdo (Ramón) o Fehri que quedó como Pérez.

Yuseff Laibe, el hijo mayor de Aniceto Laibe, que con el tiempo fuera uno de los más
distinguidos vecinos de Puerto Aysén (Foto del autor)

Regreso a Puerto Aysén

Lentamente las familias árabes de Balmaceda fueron retirándose para integrarse a las comunidades de Puerto Aysén y Coyhaique. Era muy probable encontrarse con una verdadera colonia en esas ciudades, que es la misma que existía en Balmaceda a principios de 1920. El tiempo transcurrió y al hijo mayor tuvieron que enviarlo a Concepción a continuar sus estudios de humanidades, teniendo como apoderados a don Manuel Pualuán y familia. Fue ahí que demostró ser un eximio estudiante junto a Pepe Nustas, regresando en Noviembre a integrarse al Liceo de Puerto Aysén.

En esos tiempos las clases del Liceo de Puerto Aysén se impartían en uno de los antiguos cines, luego se trasladarían al viejo hotel Turismo, donde posteriormente estuvo el Cuerpo de Bomberos. Cuando terminó el cuarto humanidades y estuvo a las puertas de iniciar sus estudios universitarios, sus padres decidieron que se quedara a trabajar con ellos en funciones de auxilio en el hotel de su propiedad ubicado en calle Chile Argentina. Comenzó entonces una suerte de desplazamiento laboral del joven Yuseff, ya que una semana debía estar en Chile Chico y otra en Puerto Aysén, por las demandas de los hoteles que funcionaban a todo dar.

Yussef, uno de los hijos de Aniceto

Quien descollara en el ámbito comercial fue Yussef, al cual se le vio regresando a la lluvia del puerto en busca de un punto de equilibrio. Incursionaría en lo que fuera el Bar Chiquito de la emblemática calle principal, Chile-Argentina, y con el tiempo fue modelando en su propio estilo un espacio comercial de artículos escolares en la primera Casa Laibe, instalada en su media manzana característica de la calle principal. Principiando los años sesenta, se traslada con todo al actual emplazamiento de la calle Sargento Aldea, luego de construir nuevos espacios, y es donde actualmente se mantiene, al mando de Eduardo, uno de sus hijos. 

Cuando niño, mi padre me invitó muchas veces al puerto para estar un día completo con Yussef, su adorada María y sus hijos. Era entonces la típica librería de antaño, cuando dentro de oscuros espacios se divisaba la figura de Laibe mateando junto a la caja registradora, y conversando con medio mundo, al lado de su amada Maruja, la compañera de toda la vida.

Maruja Vera, esposa de Yussef, junto a Tito Bahamondes y su viuda, 

En el intertanto Yussef fue interviniendo en cuanta actividad social estuviera a su alcance, integrando los primeros rotarios de los sesenta, los primeros dirigentes deportivos con su venerado Alas, los primeros locutores deportivos en una radio tan familiar que le quedaba en la misma cuadra, cerca de la casa, los primeros falangistas democratacristianos, los primeros comerciantes, los primeros agrupamientos de familias árabes, los primeros colocolinos de corazón del puerto de sus amores.

Yussef Laibe nunca ha dejado de estar ahí, mateando en el mesón junto a sus amistades y clientes con quien ahora es el gerente, su hijo menor Eduardo, que fuera Alcalde del puerto. Atrás quedan los tiempos del cine mudo, la radio del liceo, la emisora del pueblo, sus incursiones en el difícil primer comercio, sus campañas políticas, su amor al fútbol de los domingos con una radio sonando fuerte, mientras come emparedados de palta con mucho limón y anota con su letra tan asombrosa, todos, pero todos los goles y sus autores del fútbol profesional, en una impresionante cantidad de cuadernos donde anotó toda esa información durante años.

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