A la misma hora que se iniciaba el fatídico terremoto de Valparaíso, en agosto de 1906, se estaban produciendo los catastróficos sucesos de Bajo Pisagua en el Baker. Unas semanas después, los linotipistas del periódico El Llanquihue de Puerto Montt, alinearon y entintaron una plana completa para informar de dichos sucesos. La edición duró cuatro horas e incluyó cajas tipográficas de frente alta sans serif con impresiones en tamaño tabloide. El periódico circuló toda la semana y la noticia conmocionó el sur de la Patagonia. Ese año, medio centenar de peones chilotes desaparecieron en lo que hoy es conocido como los sucesos de la isla de los Muertos.
El escenario de los hechos fue muy similar a lo acontecido en 1584 en Puerto de Hambre, cuando unas trescientas personas fueron abandonadas al forzar el barco su regreso por una insurrección a bordo. Un capataz de estancia de apellido desconocido, fue enviado al Baker por empresarios magallánicos de la estancia principal para efectuar un exterminio metódico de peones.
Lo que aconteció
Los sucesos de Puerto Pisagua y Valparaíso, fueron casi simultáneos. Se abrieron grietas gigantescas bajo la tierra y unas treinta mil personas quedaron atrapadas y perdieron la vida, en medio de la furia incontenible del mar que penetró más de un kilómetro por la ciudad. En ese mismo momento, el mercante Encarnación, que navegaba rumbo a Bajo Pisagua para rescatar a agónicos y moribundos, detuvo su marcha por orden de la superioridad, por lo que nunca podría llegar a destino.
Algunos observadores sembraron dudas al referirse a miles de pájaros blancos que sobrevolaron los alrededores, lo que hizo pensar que se trataba de una intervención del demonio. Atónitos marineros alcanzaron a olfatear las intensas bocanadas de azufre entre los lamentos y alaridos de los condenados. Cuando ocurrieron las muertes y el área quedó en silencio y abandonada, unas cuarenta cruces aparecieron enredadas entre nalcas y colihues. Casi ninguna de ellas llevaba escrita las inscripciones con los nombres de los difuntos.
Las simbologías.
Después, doce boteros cubiertos de pieles de focas y guanacos desembarcaron en chalupones pintados de negro y lograron llegar hasta las tumbas para llevarse algunos cuerpos que reconocieron como familiares. En algunas de sus barcas ondeaban pañoletas rojas colgadas de los mástiles, además de unos pelícanos ensartados con lanzas sobre la borda. Una mujer saltó hasta la playa y leyó con sones cantarines el manifiesto de los chilotes desconsolados. En una de sus partes decía: La caleta del Bajo ha sido salpicada con la sangre de nuestros deudos queridos. No habrá nada ni nadie que detenga nuestra sed de venganza.
Treinta años después, el mismo periódico publicaría una columna para resaltar el inicio de faenas de ovejerías cerca del muelle viejo de Bajo Pisagua. El cronista hacía mención a la llegada de ciertos superiores de Magallanes y destacaba el impulso dado a la estancia La Babilonia por su nuevo administrador, el galés Max William Kubrick.
Lo que sucedía en Valparaíso
En 1906 el presidente Pedro Montt sabía lo suficiente sobre lo sucedido en Valparaíso. Un descalabro en todo el sentido de la palabra y con salida de mar hacia las tierras planas de la ciudad. El primer movimiento de la hora una, no le causó gran asombro. Hasta que apareció el segundo remezón, cerca de las cuatro y cuarto de la madrugada. El tercero llegó al mediodía, con un arresto de mar sobre lecho abierto, inundando gran parte de la tierra y arrastrando hasta los cimientos de la parte principal del templo de la Merced, rompiendo cerraduras y derribando altares y sagrarios. Inmensos caseríos de viviendas se precipitaron cerro abajo y miles de personas intentaron la huida en medio de una muerte apremiada.
Primeras consecuencias en el Baker
Allá en el Bajo, muchos trabajadores eran presa del escorbuto y de una hambruna imposible de detener. La mayoría de ellos enfermaron con intensa fiebre, gran estupor y aturdimiento. Se contaban unas ochenta personas, sin considerar las afectadas por artritis, neumonías y migrañas. En todo el campamento había cerca de treinta peones muertos, y otros aguantaban sobre sus literas sin comer ni beber. Algunos cadáveres, dejaban ver los miembros con blancos gusanos de tierra que reptaban por entre las carnes abiertas. Los muertos alcanzaron setenta y siete en diez días y algunos cuerpos demasiado agusanados, tuvieron que ser arrojados a las mismas hogueras donde los hombres preparaban cocimientos para sus almuerzos. La mortandad en la estancia era cosa de locos y se escapaba de las manos. A fines de un agosto heladísimo, se habían enterrado en la estancia unos ochenta y tantos cadáveres, sin contar a tres hombres que agonizaban en las alcobas de los jefes de patio y a los que fueron a esperar una muerte más decente en las oficinas de sus superiores. Las medicinas del último barco habían empezado a agotarse y sólo quedaban analgésicos, algo de yodo, polvos digestivos y uno que otro esparadrapo. Bajo esas condiciones, se hallaban a un tris del milagro y el enfermero lo sabía, por lo que prefirió crear un grupo de gente que recolecte plantas medicinales y se maneje con brebajes de agua hervida en caso de necesidad, para aplacar fiebres, desvaríos, dolores intestinales, vómitos y cagatinas.
La Estancia Baker en 1906 y las calles de Valparaíso (Fotos Museo Regional de Aysén y Ben.G.Olsen)
El telegrama salvador
Kubrick llegó hasta la alcaldía de mar y habló en privado con la primera autoridad para contarle las últimas novedades. Alarmado, el jefe del puerto fue donde el radiotelegrafista y le entregó el mensaje para que lo enviara en carácter de urgente a su par de Punta Arenas. Pero hubo de pasar mucho más tiempo de lo esperado y recién a la semana siguiente recibieron el siguiente comunicado: Informe comprendido mercante avisado Alondra parte mañana miércoles Castro punto pasará al Bajo llevando medicamentos suministros correspondencia alimentos, combustible necesario atentamente.
La respuesta provocó un momento de gran excitación en el administrador, aunque las posibilidades de que el barco llegara hasta la estancia eran mínimas. Aun así, Kubrik corrió como una exhalación con el telegrama en la mano, anunciando la noticia del zarpe del vapor entre su gente. A los gritos y junto con unos cuatro o cinco chilotes, organizó un ambiente lo más optimista posible bajo esas circunstancias. Ordenó regocijo y jolgorio obligatorio y que trajeran esto y lo otro, que se carneen los corderos disponibles, que se traigan todas las botellas, el gramófono, la verdulera y las guitarras a ver si espantamos la mala racha, decía vociferando a todo dar.
—¡El barco llega el jueves y va a pasar por aquí con todo lo que necesitamos! —gritó.
Dentro de las barracas de los moribundos se dejaron oír débiles gritos ante la sorpresiva noticia. ¡Qué bien se sintieron todos con aquel telegrama!
Júbilo y celebraciones
Esa misma noche, se dio la orden de matar diez ovejas mostrencas para celebrar el acontecimiento cuando bajara la tripulación del barco. En la bodega aún había unos doscientos botellones del mejor vino. Sólo dos chilotes se ofrecieron de voluntarios para ir a buscar las ovejas río arriba donde pastaban. En total en el plantel de la estancia quedaban unas doscientas almas además de contadores, administrativos y capataces.
Faltando un día para que se cumpliera la fecha señalada en el mensaje, grupos de peones organizaron una inédita recepción en un cabito de playa ubicado a cien metros hacia el poniente. Ya agotadas las últimas alternativas, no quedaba otra solución que depender de esta importante bienvenida, ya que acaso muy pocos lo supieran, pero de ella dependía la vida de todos.
Testimonial del desencanto
El tiempo pasó lento. Una semana, diez, veinte, treinta días. Y el barco aún no aparecía.
―Lo que me asusta es que hay muchos enfermos botados por todas partes.―Nadie nos está ayudando y es malo estar así, viendo salir el sol todos los días y que aparezcan nuevos muertos y a esos se los llevan quién sabe dónde sin decirnos nunca la verdad. Pienso que esta no fue una buena idea. Al principio, me pintaron una película de todos colores y me prometieron un final feliz, eso me prometían, con flores y música fuerte, pero con el tiempo todo iría cambiando. Ahora mismo me sorprendo cantando o rezando solo por ahí, simplemente para romper el silencio o para imaginarme que nada me va a pasar. Huelo y miro mucho cada bocado antes de comérmelo. Cuando me mojo un poco con el agua de los depósitos, no me siento limpio. Pareciera que la enfermedad se encuentra en las mismísimas paredes. Por aquí ha pasado mucha gente enferma, ¡durante semanas enteras!
Esas cosas dejan huella en un lugar, incluso después de que los pacientes se curen o se mueran. Menos mal que no hay médicos. Nunca me han gustado los médicos. Pero eso no es todo. Porque parece que eso de las enfermedades y de las epidemias, son cosa preparada por los místeres, a mí me da la impresión que está todo organizado. Ellos quieren quedarse con algo, quieren aprovecharse y hacer cuenta que lo que pasa es un escorbuto como le dicen. Están como ocultando algo. Días atrás mataron a tiros a varios y los enterraron. Y don Julio, el cocinero me contó que a él le dieron como cuatrocientos pesos para que le ponga un polvo blanco a la comida. (Testimonial de uno de los sobrevivientes)
Cayeron las sombras de una tarde larguísima y se metió el viento sur, arrebatando la espera y desorganizándola. La anunciada llegada del barco se convirtió entonces en la única alternativa de salvación. Cuando llegó la noche y entró la madrugada, nadie quería regresar. Pronto hubo cantos tristes y emergieron botellas, fogatas y bailes. Otra hora transcurrió. Luego otra, y una nueva. Hasta que se apagaron las fogatas y la noche se hizo otro día. Los cantos cesaron. Fue una muerte lánguida y sorda.
Y el barco nunca apareció.
(Fragmento de los sucesos de Bajo Pisagua en la Isla de los Muertos en una alegoría intencional para construir la novela El beso del gigante (2021).
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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