En junio de 1960, pocos días después del terremoto del 22 de mayo, una editorial del diario El Correo de Valdivia titulaba “385 años después se repite en Valdivia una catástrofe similar”. Con todo el peso que significó soportar un terremoto 9,5 escala Richter, el diario de esa época hacía una mirada retrospectiva para entender la tragedia de la ciudad de los ríos y recordó otra catástrofe en los primeros años de la naciente Santa María la Blanca de Valdivia cuando un 16 de diciembre de 1575 la ciudad y sus pueblos interiores fueron arrasados por un terremoto y maremoto.
El Diario El Correo expuso que la magnitud del terremoto fue similar a la de 1960 y, lo más importante, advirtió que en aquel año de 1575 se produjeron tacos en la zona interior debido a la caída de cerros, lo que a la larga provocaría una inundación desde el lago Riñihue, afluente natural de los ríos San Pedro y Calle Calle. Todo eso se pudo preveer en 1960 gracias al invaluable documento que dejó el cronista y corregidor de la ciudad en 1575 Pedro Mariño de Lobera que aparece en el libro “Crónicas del Reino de Chile” y dio el “sobreaviso” de lo que a futuro se conocería como “El Riñihuazo”.
Como testigo de primera línea, Mariño de Lobera relata de manera clara y en español antiguo los asombrosos efectos que produjo el cataclismo y de los tacos de lodo y agua que prolongaron la tragedia de la ciudad hasta abril de 1576.
CIUDAD IMPORTANTE
Valdivia había sido fundada el 9 de febrero de 1552 y desde entonces y hasta finales de ese 1575 era una de las ciudades más prósperas de la corona española en el Reino de Chile, después de Santiago de Nueva Extremadura, en el valle central.
Pedro Mariño de Lobera, como muchos europeos peninsulares del siglo XVI, viajó a América en 1545 y estuvo primero en Cuba y después en Perú. A Chile llegó en 1551 junto a la expedición conquistadora de Pedro de Valdivia y posteriormente estuvo al servicio de los gobernadores García Hurtado de Mendoza y Rodrigo de Quiroga.
Cuando Mariño de Lobera escribió en sus crónicas que Valdivia era una ciudad próspera no exageraba. El comercio por el río hacía que al puerto de la ciudad llegaran con frecuencia navíos desde el Perú lo que ofrecía un gran movimiento en la actual zona de la costanera, además se poseía los lavaderos de oro de Madre de Dios en la zona interior de Mariküga (Mariquina) que le daba mayor opulencia a los encomenderos de la zona. Por el mismo año estaba el barrio Carmenga –imitación del nombre de un barrio importante de indígenas en Lima- en el que vivían los huilliches que habitaban años atrás el poblado de Ainil donde ahora se sustentaba la ciudad que levantaron los españoles. El barrio Carmenga es lo que hoy se conoce como la calle Carlos Anwandter.
También había una muralla con dos torres que eran vistas perfectamente desde el río. Estas torres y muralla aún se representan en el actual escudo de armas de la ciudad.
EL DESASTRE
Según las crónicas del español el terremoto se desató un viernes 16 de diciembre de 1575 a eso de las 2 de la tarde. “Comenzó a temblar la tierra con gran rumor y estruendo, yendo siempre el terremoto en aumento, sin cesar de hacer daño, derribando tejados, techumbres y paredes con tanto espanto de la gente que estaban atónitos y fuera de sí de ver un caso tan extraordinario. No se puede pintar ni describir la manera de esta furiosa tempestad que parecía el fin el mundo”, escribió Mariño de Lobera en el inicio de su relato.
Explica que el movimiento fue tan rápido y violento que no dio tiempo para que personas salieran de sus casas y perecieron aplastadas en su interior. “Era cosa que erizaba los pelos y ponía los rostros amarillos el ver menearse la tierra tan aprisa y con tanta furia que no solamente caían los edificios sino también las personas, sin poderse tener en pie, aunque se asían unos de otros para afirmarse en el suelo”.
Fue después del terremoto que Pedro Mariño de Lobera fue testigo de un fenómeno inusual cuando parte del río de la ciudad quedó secó –“de suerte se veían las piedras”- y al rato regresó una gran ola que se llevó lo que quedaba de la ciudad, incluido dos navíos que estaban en el puerto. Prosigue el relato: “Salió la mar de sus límites y linderos, corriendo con tanta velocidad por la tierra adentro como el río de más ímpetu del mundo. Y fue tanto su furor y su braveza, que entró tres leguas por la tierra adentro, donde dejó gran suma de peces muertos, de cuyas especies nunca se habían visto en este reino. Y entre estas borrascas y remolinos se perdieron dos navíos que estaban en este puerto, y la ciudad quedó arrasada por tierra, sin quedar pared en ella que no se arruinase”.
De seguro que para los huilliches lafkenches que vivían en el barrio Carmenga los antiguos espíritus de Treng Treng y Cai Cai Vilú, las serpientes del bien y del mal, se despertaron para luchar en medio de la ciudad y no dejar piedra sobre piedra. La lucha entre la tierra y el mar, representada en este cataclismo, puede que haya sido vista así por nuestros antepasados indígenas.
EL PRIMER RIÑIHUAZO
En su crónica el corregidor de Valdivia relató que a 14 leguas de la ciudad se atravesó en el normal caudal del río Valdivia dos grandes cerros que cayeron y produciendo que la laguna Anigua (el Riñihue) comenzara a subir el volumen de las aguas. “Fue tan grande la máquina del cerro que tuvo cerrada la boca del desaguadero por cuatro meses, represándose el agua en la gran laguna hasta que reventó”, cuenta el relato de las crónicas.
Mariño de Lobera cuenta que fue en una noche a fines de abril de 1576 que la avalancha de lodo y agua se desbordó sin control hacia el mar y arrastrando las ruinas de Valdivia. “Las mismas casas eran sacadas de sus sitios y llevadas por la fuerza del agua. Por ir muchas de ellas enteras como navíos, iban navegando como si lo fueran. Lo que ponía más lástima a los españoles era ver a muchos indios que venían por el río encima de sus casas, y corrían a dar consigo a la mar, aunque algunos se echaban a nado y subían a la ciudad como mejor podían. Algunos indios que iban a nado, muchos morían en el camino topándose en los troncos de los árboles y enredándose en sus ramas”.
Los supervivientes del terremoto se habían instalado en las partes altas de la ciudad por mandato de Mariño de Lobera y vieron desde ahí la furia de la avalancha y cómo eran arrastrados por el gran torrente árboles, animales y los huilliches que vivían en poblados interiores. Según el cronista el torrente de las aguas pasó por tres días seguidos y añade que provocó la muerte aproximada de 1.200 indígenas y gran número de animales vacunos, sin contar la destrucción de casas, chacras y huertas.
EL MANUSCRITO
Pedro Mariño de Lobera escribió sus memorias en Perú, tras ser designado corregidor de Camaná, Arequipa, y en sus últimos años cultivó amistad con el fraile Bartolomé de Escobar que también había estado en Chile. A este religioso le entregó sus Crónicas del Reino de Chile para que las leyera, revisara, corrigiera y posteriormente las publicara.
De Escobar hizo la edición del texto, pero nunca los publicó, pero sí los guardó. Ya en el siglo XIX, tres siglos después, alguien descubrió los manuscritos de Pedro Mariño de Lobera que finalmente dieron a la luz en 1865, publicada en el Volumen VI de la Colección de Historiadores de Chile y documentos relacionados a la historia de Chile.
Mariño de Lobera murió en Lima en 1594, sin saber que tres siglos después la historia que él vivenció serviría a los valdivianos de 1960 para prepararse y amortiguar los daños de “El Riñihuazo” en el gran esfuerzo que dirigió el ingeniero de Endesa Raúl Sáez y que, a la postre, salvó a la ciudad de una catástrofe que pudo ser peor a la relatada por el cronista español del siglo XVI.
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