Vivió el sufrimiento más indecible de un ser humano en el siglo XX. Sus ojos vieron el dolor reflejado en la mueca horrorizada de sus compañeros, jóvenes vidas arrancadas de cuajo por la cruel metralla, de cuerpos que quedaron desmembrados para siempre. Su corazón se agitaba al escuchar el incesante ruido de los aviones alemanes arrojando bombas sobre su cabeza, atormentando sus oídos y sus anhelos de futuro.
Abraham van Hasselt Disselkoen apenas era un muchacho de 17 años cuando partió a combatir a la Segunda Guerra Mundial en 1941 y volvió a su natal Valdivia hecho un hombre curtido al calor de las balas. Sólo en su natal Valdivia pudo encontrar algo de paz y tranquilidad, dedicándose posteriormente en labores de la agricultura en el fundo de Torobayo que años atrás sus descendientes, colonos del Reino de los Países Bajos, habían adquirido buscando nuevos horizontes en el sur de Chile.
El matrimonio Van Hasselt Disselkoen, formado por Carlos y Helena (Tante), llegó a Chile desde Holanda a fines del siglo XIX. Ambos llegaron a Valdivia desde Temuco aproximadamente en 1918 y adquirieron terrenos en el sector Torobayo, camino a Niebla. Se dice que en un comienzo fueron criticados por dicha compra, pues la mayoría de los valdivianos -tanto chilenos como alemanes- creían que dichas tierras no eran buenas para iniciar una vida en torno a la agricultura y la ganadería. Pero los Van Hasselt hicieron oídos sordos y prácticamente fueron los pioneros de todo ese sector que en la actualidad es una zona residencial. Fue así como se instalaron y contaron con un buen plantel de vacas de raza holandesa (Holstein) para levantar una lechería. Lo cierto es que fueron visionarios y pronto sus productos fueron requeridos por las empresas que comerciaban en el puerto de Corral.
VALDIVIA NAZI
Cuentan que Carlos y Helena nunca olvidaron su Holanda natal y que lucían una bandera de su país en un lugar destacado de la casa que levantaron en Torobayo. A fines de 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión de Alemania a Polonia y entre el 10 y 14 de mayo de 1940 las tropas del Führer Adolf Hitler caían como un rayo sobre los Países Bajos. Producto de la caída de Bélgica y Holanda el 25 de junio de 1940 la bota nazi pisaba los Campos Elíseos en París, Francia. Los Van Hasselt aún tenían contacto con su familia de Holanda y las noticias eran cada vez más inquietantes, pues Francia había sido detenida y Gran Bretaña sola no podía frenar a los alemanes. Carlos van Hasselt tenía a su madre y una hermana en la ciudad de Breda, en Holanda.
Las noticias de la guerra llegaban por radio a Valdivia que, tal como muchas ciudades del sur de Chile, tenían a descendientes alemanes que estaban a favor de la causa de Hitler de manera discreta algunos y otros abiertamente. Según el libro de la escritora Eva Goldsmith “Inmigración judía a Chile desde la Alemania nazi” da cuenta que el ambiente pro alemán en Valdivia era fuerte: “entrevisté a una persona que llegando a Valdivia sintió antisemitismo porque era una ciudad donde habitaban muchos alemanes arios y en cuya plaza flameaba una bandera alemana con una svástica”, relata el libro y añade “su padre, un farmacéutico no encontró trabajo en la farmacia, la que pertenecía a un alemán ario, quien temía que al emplearlo perdería su clientela alemana aria”. El mismo libro documenta que en la ciudad había profesores alemanes que tenían ideas nazistas y las inculcaban a sus alumnos en los colegios de habla alemana y hasta se llegaba a enseñar el saludo con la mano levantada en honor al Führer.
En una entrevista que Abraham van Hasselt concedió a un canal de televisión de emisión nacional a fines de la década de los noventa del siglo XX, cuenta que la influencia pro nazi era una realidad en el Valdivia de los años treinta. En la entrevista habla de la “Jugendbund", un grupo de jóvenes de ascendencia germana que realizaban ejercicios militarizados en isla Teja. Añadió que después que regresó de la guerra no era bien recibido si iba al Club de la Unión, donde la mayoría de sus socios tenían apellidos alemanes.
Don Carlos van Hasselt sacó a su hijo Abraham del colegio en el que estaba y lo matriculó en el Liceo de Hombres en 1940, justo cuando Alemania invadió Holanda.
En medio de ese ambiente los Van Hasselt le piden a su hijo Abraham, llamado cariñosamente “Brami”, que viaje a Europa a luchar por la liberación de Holanda y el joven, obediente a sus padres, acepta la responsabilidad, aunque él ya tenía tomada la decisión por sí mismo al ver la angustia de sus padres cuando los acompañaba a escuchar las noticias de la BBC en una radio que poseía un tío. Recordó que esas visitas a escuchar la radio eran casi “clandestinas” para que ninguna amistad de origen alemán se enterara que escuchaban un medio de comunicación proclive a las tropas aliadas de Europa. Así “Brami” Van Hasselt, con apenas 17 años, inicia su aventura para ir a pelear por la liberación de la patria de sus padres.
RUMBO A EUROPA
Abraham van Hasselt se despidió de su familia y se fue a Valparaíso, ahí tomó un barco hacia Curaçao, que era colonia holandesa, y el gobernador lo inscribió en el ejército holandés. De Curaçao viajó a Estados Unidos hasta New Orleans y de ahí siguió a New York. En el gran puerto estadounidense tuvo que esperar una combinación a Inglaterra. Tomó otra embarcación para atravesar el Atlántico y llegar a Liverpool, corriendo el riesgo de que submarinos alemanes torpedearan la embarcación como ya había ocurrido todo el año 1940. Tras llegar a Liverpool siguió rumbo a Londres para ponerse a las órdenes de las tropas aliadas.
Ya en la capital británica, Van Hasselt fue enviado a Birmington y permaneció ahí tres meses para su instrucción militar que fue “muy acelerada, muy estricta y desde temprano hasta tarde” como contó en la entrevista al canal de televisión. En la misma entrevista confidenció que “he sido siempre, y sigo siendo, totalmente antifascista y antidictatorial. Demócrata por excelencia. Entonces mi idea era el antifascismo, siempre fui antifascista”.
EL ENFERMERO
El padre de “Brami” conocía al encargado del área médica del ejército británico y con su ayuda logró que su hijo entrara al servicio médico que, si bien no estaba en primera línea de combate, cumplía una labor trascendental en el conflicto. El valdiviano fue inducido a cursos de medicina para afrontar su nueva labor de enfermero.
En 1941 hubo que reforzar los hospitales del sur de Londres, que era la zona más bombardeada por los aviones alemanes. Van Hasselt fue destinado a un hospital por su “padrino de guerra” y le dieron derecho de vivir en la casa de unas personas que trabajaban en el hospital y donde tenían un subterráneo de casi dos metros de profundidad. “Había cuatro literas donde dormíamos todos. Eso era protección para los bombardeos que eran de día y noche. Teníamos que estar siempre listos para cuando había mucho movimiento en el hospital. Me llovieron muchas bombas y a Dios gracias ninguna me alcanzaron”, contó más tarde al recordar esos años.
ANGUSTIA CLAUSTROFÓBICA
“Lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”. Así lo advirtió el primer ministro británico Winston Churchill a Adolf Hitler en su famoso discurso de 1940 y por lo mismo Inglaterra fue castigada con dureza por los bombardeos alemanes. La sirena de los ataques podía sonar a cualquier hora y la sensación de terror era lo primero que se venía a la mente de los ciudadanos.
Van Hasselt vivió esa constante angustia, a veces claustrofóbica, escondido en los sótanos. Sus compañeros soportaban la caída de las bombas consumiendo alcohol para abstraerse de la situación. “Nos daban mucho, mucho trago y nos daban raciones semanales de cigarros, de chocolates y de trago fuerte”, recordó “Brami” al graficar los oscuros momentos de los británicos, tratando de resistir para no dejar caer su isla. Si Gran Bretaña caía todo estaría perdido, luego de la toma de París en Francia, mientras que Estados Unidos no se pronunciaba directamente sobre participar o no en el conflicto, hasta que se produjo el bombardeo a la base estadounidense de Pearl Harbor por parte de los japoneses el 7 de diciembre de 1941. El resto es historia sabida.
NORMANDÍA
“Brami” Van Hasselt no sabía antes de viajar a Europa que sería parte de una las hazañas más épicas de la Segunda Guerra Mundial. El valdiviano fue parte del desembarco en Normandía, ocurrido el 5 de junio de 1944, y quiso el destino que no desembarcara en el mismo Día D. Así relata su experiencia junto al contingente aliado: “Ahí me salvé porque Dios es grande, por exceso de trago me dejaron atrás. Habíamos hecho las despedidas, porque ya nos íbamos. Los que fueron y el que fue en reemplazo mío, no apareció nunca. El desembarco fue una carnicería atroz. De ahí plantamos la feroz avanzada cuando se rompió defensa que habían hecho los alemanes”.
Los días de mayor trabajo de este valdiviano fueron los días que siguieron al Día D con el cuidado de los miles de heridos que quedaron en las playas de desembarco. Los jóvenes ojos de “Brami” vieron el dolor más desgarrador de cientos de jóvenes. Muchos morían llamando a sus madres en medio de los dolores.
El valdiviano recordó en la entrevista que concedió al canal de televisión que Normandía “era una lluvia de bombas, racimos de bombas sobre los equipos que desembarcaban. Yo pertenecía a una ambulancia, tenía una camilla para cuando había oportunidad, poder dormir en ella, pero uno prefería buscar una zanja con barro y ahí se botaba, porque ahí estaba bastante más seguro”. También calificó el desembarco como una de las campañas más atroces y señaló que “podría decir que en la historia del mundo, no ha habido una masacre tan grande como la de Normandía”.
ENCUENTRO FAMILIAR
Uno de los objetivos de Abraham van Hasselt en la guerra era encontrar a su familia holandesa. Él sabía que su abuela aún vivía y que tenía a su tía, la hermana de su padre. Tras el desembarco en Normandía, “Brami” logró su anhelo, llegó a la ciudad de Breda y pudo reunirse con su abuela, su tía y varios parientes más, luego de la liberación de Holanda por las tropas aliadas. El valdiviano apoyó a su tía que estaba pasándolo muy mal y le llevó alimentos. Lamentablemente, su abuela falleció en Holanda meses después.
El ex enfermero de Normandía recordó con nostalgia su estadía con su familia: “El encuentro con mi tía fue muy emocionante, porque la viejita no dejaba casa donde no iba a presentar al sobrino y a “monear” que tenía un poco té y un poco de pan. Iban todos a “cachetearse” con un poquito de pan, pan negro, pan blanco y a tomarse una taza de té que años no lo tenían. Después, de ahí, me empecé a conseguir con el médico que me mandaran de vuelta”.
“Brami” convivió con un equipo de hombres maduros y veía que estaban “amargados” con las situaciones que habían vivido y él mismo decía que todos se sentían “prisioneros” y “desesperados”. Así empezó a pensar cada vez más en regresar a Valdivia y recorrer los campos y lecherías que su padre levantó en Torobayo.
FIN DE LA GUERRA
Abraham van Hasselt estaba en la ciudad holandesa de Breda cuando llegó la noticia: Alemania se rindió y se acabó la guerra. “A fines de mayo se anunció el fin de la guerra. Se firmó todo el 6 de junio el finiquito de la guerra. Yo estaba en Holanda, en Breda, y fueron días de jolgorio, pero total. Hubo puros abrazos y besos, no más. Había terminado, pero la tarea que quedaba después, sin gobierno y con ciudades destruidas. La tarea era muy difícil. El país que se lució, y perdóneme un cierto orgullo personal, fue Holanda”, expresó el veterano de la Segunda Guerra en la entrevista que concedió.
“Brami” regresó a Valdivia y el abrazo que se dio con sus padres fue sin duda conmovedor. Don Carlos van Hasselt y su esposa Helena Disselkoen recuperaron a su hijo que había partido siendo un niño y volvió hecho un hombre.
La vida debía continuar y la familia siguió con sus actividades en su campo. Don Carlos van Hasselt alternaba sus actividades como cónsul de los Países Bajos, como también de Bélgica y Perú. Helena Disselkoen de Van Hasselt nunca olvidó a su hijo y durante la guerra enviaba desde Valdivia cajones con ropa tejida para los soldados y para los niños y niñas que fueron víctimas de la guerra. Ese gesto le valió ser homenajeada posteriormente por el Reino de los Países Bajos que le concedió la Cruz de Oro de la Cruz Roja de Holanda. “Tante”, como le decían cariñosamente, era muy querida y reconocida en Valdivia por sus obras de caridad, en especial por su apoyo al Hogar Villa Huidif, también llamado Casa de Huérfanas. Dicha casa se convirtió con el tiempo en lo que hoy se conoce como el Colegio Nuestra Señora del Carmen.
Abraham heredó el carácter generoso y amable de sus padres y con los años también fue cónsul del país de origen de sus padres. Tal como la riobuenina Margot Duhalde, “Brami” van Hasselt también fue un hijo de esta tierra que luchó por la libertad en aquellos sombríos días de la década del cuarenta. Falleció en 2007 en Valdivia tras vivir una larga y buena vida.
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