Por Juan Yilorm Martínez
Hasta esta mañana del 12 de septiembre de 1973, nunca nada había bajado desde el aire con tal fuerza que pudiera sacudir los ganchos de los árboles. Algo tan fuerte como el ruido de las turbinas de la nave y esas aspas rotando, capaces de podar de cuajo las ramas de los imponentes hualles. No hubo antes una situación como ésa que los habitantes del lugar recordaran haber visto, tan provocadora de espanto. Los cañones de las ametralladoras apuntan hacia tierra, los tripulantes desafían la altura con las puertas abiertas del helicóptero militar. Las aves y los animales domésticos corren asustados, de un lado a otro hasta chocar con los límites del gallinero y el corral. Sólo dos niñas inquietas e inocentes miran la escena sin temor.
Los trabajadores de la Sección Quebrada Honda no tienen exacta claridad de lo que sucede en Chile desde el día anterior. Las noticias sobre los alcances del derrocamiento de Salvador Allende aún no llegan a la región.
Para llegar a Quebrada Honda se deben caminar varios kilómetros desde Puerto Fuy, cruzando el puente sobre el río del mismo nombre que desciende rápido y caudaloso, dejando atrás el Lago Pirehueico. El aserradero y la sección El Depósito, conforman un enclave del Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli (COFOMAP).
Rudemir Saavedra es jefe en esa sección. Ida Sepúlveda Miranda, su esposa, se ocupa de la crianza de tres hijos pequeños, lleva en su vientre al cuarto.
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En los inicios de los años 70, en aquel rincón de la montaña de espeso bosque nativo se impulsaba el desafío del “buen trabajo”, con el cual se buscaba aumentar la producción del COFOMAP, empresa gestionada por sus trabajadores desde su creación en octubre de 1971.
Desde entonces, la realidad para los trabajadores no era la misma que la vivida durante años previos, sin respeto, ni derechos, ni futuro.
El historiador Robinson Silva Hidalgo, docente de la Universidad Austral de Chile, desde una posición analítica observa que, en el caso de los bosques del sur se venía dando una situación similar a la de las salitreras nortinas, en cuanto a las formas de explotación hacia los trabajadores.
-Era zonas de paternalismo industrial donde se vivía sólo para trabajar. Todas tus fuerzas, toda tu energía estaban disponibles para trabajar. El patrón cumplía contigo pagándole un salario en fichas o vales, poniendo una pulpería a disposición, no permitía el ahorro de los trabajadores -dice.
A partir de los años 30 los empresarios comenzaron a adueñarse del territorio mapuche-huilliche en el sur. Instalaron pequeños aserraderos y empezaron a llevar gente. “No trabajaban con los mapuches de la zona, lo que hacían era traer gente ‘enganchada’ igual que en las salitreras. Los sometían al mismo régimen de paternalismo que impedía a la gente poder sindicalizarse, manteniéndolas además muy empobrecidas”, agrega el historiador.
En ese clima laboral, luchando por el sustento diario, vivían Humberto Sepúlveda y Eledina Miranda en el fundo Paimún, uno de los 15 predios con los cuales se estructuraba el COFOMAP. Allí había nacido su hija Ida, en el año 1949. Su abuelo materno, Eduardo Miranda, daba trabajo a familiares, con un pequeño aserradero móvil.
En la escuela Los Colonos, distante del hogar, Ida inició su educación primaria. Más tarde, mucho más lejos, llegó a la escuela de monjas de Liquiñe, donde transcurrió el resto de su enseñanza primaria. Allí conoció a Yolanda Ávila, con quien comenzó una bella amistad infantil. El destino las volvería a encontrar años después, en un hecho dramático.
Los desplazamientos de los trabajadores en esos anchos territorios eran permanentes en la búsqueda de un trabajo mejor remunerado. Los movimientos de los mayores generaban una permanente inestabilidad en los grupos familiares.
-Donde llegábamos había que mejorar la rancha que se nos entregaba. Los patrones daban la pulpería y llevaban lo que se les antojaba. Escuchaba a los mayores que nunca sacaban plata, siempre tope a tope el sueldo y lo que había que pagar en la pulpería. Haber tenido un abuelo comunista incubó mi descontento social desde muy joven. Veía tantas injusticias, no entendía por qué mis padres tenían que estar bajo el yugo del patrón -repasa Ida ahora.
Así recuerda las condiciones materiales en las que vivió el campesinado en Chile durante décadas, sin más objetivo que proteger a la familia con el sustento y vestuario básico. Lo “subjetivo” no era lo primordial; lejos o desconocido estaba el valor de la organización.
Otro desplazamiento familiar la llevó a un nuevo destino en 1965: el Fundo Enco. Dos años más tarde, Ida con 17 años contrajo matrimonio con Rudemir Saavedra, quien tenía 23.
Rudemir venía de Montes Azules, en La Unión, y militaba en el Partido Comunista.
-Nos conocimos en Enco. Rudemir pensaba que la Reforma Agraria podría permitir la expropiación de predios mal o poco explotados. “Si sale Allende será nuestra oportunidad para cambiar nuestro futuro”, me decía optimista.
De Enco partieron al fundo Pilmaiquén para llegar posteriormente a Pirehueico.
Saavedra, como llama Ida a Rudemir, dio un giro en su militancia política al ingresar a las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Llegó a ser dirigente sindical, para más tarde ser elegido por sus compañeros como jefe de Sección en Quebrada Honda.
Su tarea tenía que ver con los trabajadores del aserradero, con los que laboraban en la montaña, con el despacho de madera, con la distribución de elementos de seguridad. Múltiples responsabilidades para un joven de 29 años.
En aquellos años, los trabajadores alcanzaban un nivel superior de conciencia y organización. El primer paso era sindicalizarse, luego adherir a las ideas de transformación social que comenzaron a irradiarse en los campos gracias a la presencia de cuadros políticos que subieron a la cordillera para aportar a la formación integral de la gente.
El profesor Robinson Silva lo confirma: “Lo que pasó con el Complejo fue un momento de independencia, de autonomía de los trabajadores respecto a ese régimen de opresión en que vivían. No hay que olvidarlo nunca, fue algo inaudito, nunca visto; pasar de un pago por fichas a tener representantes en el Directorio de la empresa en un breve tiempo”.
Pero la experiencia no pudo durar: transcurrido dos meses de la fracasada insurrección militar conocida como el Tanquetazo del 29 de junio de 1973 -que incluyó fuerzas blindadas apuntando hacia La Moneda-, llegaría el alba del martes 11 de septiembre. Ese día cambiaría la historia de Chile y radicalmente la de los trabajadores del Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli.
Unas horas después, un helicóptero sobrevolaría la zona.
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Lo que más faltó esa mañana del 12 de septiembre fueron noticias. Rudemir, recorrió Neltume en busca de novedades. -Derrocaron al Gobierno, al Presidente lo mataron, bombardearon La Moneda -le dijo Ida.
Recuerda que le contó lo que había escuchado por Radio Cooperativa y Radio Moscú,: que habían tomado el Poder, que había una tremenda matanza en Santiago.
-Los pacos nos jugaron mal, estamos perdidos -le dijo él.
Ese día Rudemir regresó muy tarde al hogar, cerca de las 4 de la mañana, con visible semblante de preocupación y derrota después de ir hasta el retén de Carabineros de Neltume para pedir explicaciones.
-Fueron ingenuos al ir para defender el Complejo y al Presidente. Desde el retén les dispararon de adentro hacia afuera. Los compañeros no eran guerrilleros -dice Ida esta mañana de agosto mientras rememora esos tiempos.
A la una de la tarde de aquel 12 de septiembre apareció entre los árboles el helicóptero. La casa de Ida y su marido fue rodeada por militares y carabineros. Lo buscaban a Rudemir.
-No hizo más que salir y recibió un fuerte culatazo que le hizo saltar su sombrero. Temí que le iban a disparar en presencia de las pequeñitas. Destrozaron una pequeña oficina del aserradero. A golpes lo subieron al helicóptero del que había bajado Correa, jefe de la Sección El Depósito. Lo llevaron al fundo Pilmaiquén, para que entregase a los compañeros.
Testigos aseguran que no dio nombres, provocando la ira de sus captores.
-Aquí no hay nadie del MIR, todos los que están aquí son trabajadores. El único mirista que está aquí soy yo -dijo ensangrentado.
Ida dice que su prima, Cremilda Mellado Miranda, escuchó que a su marido lo llevaban amarrado y mal herido. Trató de socorrerlo acercándose a él. La retiraron a empujones. Un anciano de Pilmaiquén, después le contó lo mal que lo vio. Su padre, en Enco, presenció la misma escena: el mismo interrogatorio, la misma golpiza, culatazos en la espalda, en la cintura, en la cabeza.
María Obando era una niña en el año ‘73, su padre era fogonero en el aserradero del fundo Pilmaiquén. Ahora refrenda lo ocurrido con el helicóptero a su paso por el predio. “Ahí llegaron a puro apalear, agarraban a chicos y grandes. A Rudemir lo andaban trayendo solo, rodeado de milicos. Mal herido lo vimos por última vez. Le habían sacado uñitas de las manos”, asegura.
Nelson Teodoro, adolescente en ese período, relata lo duro que fue el maltrato a la gente desde el 12 de septiembre.
-Muchos detenidos eran colgados con la cabeza hacia abajo desde los helicópteros para hundirlos cada cierto tiempo en las heladas aguas del Lago Pirehueico o el río Fuy.
Nelson hace referencia al conocido submarino de que hablan los manuales de tortura.
La estadística asegura que la actual región de Los Ríos tuvo la cuarta incidencia en casos de ejecución política y desaparición de personas después de la Metropolitana, Valparaíso y Bío-Bío, teniendo su explicación en los tres casos masivos de ejecución y desaparición de trabajadores ocurridos durante octubre del ‘73’: Chihuío, Liquiñe y Neltume.
Ida permaneció refugiada algunos días en su casa, hasta después del 18, apoyada por sus vecinos más cercanos. El jefe de una patrulla militar la alertó que seguir allí colocaba en riesgo su vida. “Váyase, es peligroso que siga aquí”, frase que aún plantea una interrogante: ¿Un efectivo militar con rasgos de humanidad envuelto en la barbarie desatada en esos campos?
Había que dejar Quebrada Honda. Era el primer paso de un desplazamiento forzado. Ida se retiró del lugar con lo puesto, junto a sus pequeños: Eledina de 5, Fabiola de 3, Sady de un año. Un camión forestal la acercó al fundo Enco, geográficamente muy distante, donde estaban sus padres. Ahí llegó para recibir consuelo, y dejar a los hijos más pequeños, y partió con la mayor a buscar noticias de su compañero. Veinticuatro horas de viaje la llevaron a Valdivia.
En los regimientos, comisarías y la prisión de Isla Teja la negativa de entregar información era concertada. Nadie, en ningún cuartel policial se salía del libreto: “No lo conocemos, no está aquí”.
Luego de una infructuosa búsqueda por recintos militares y policiales, también fue necesario dirigirse a La Unión, 70 kilómetros al sur de Valdivia. Debía contactar a los padres de su compañero para informarles de su detención y posterior desaparición.
La noche del día 4 de octubre, en casa de sus suegros, a través de una emisora local escucharon que Rudemir Saavedra Bahamondez había sido fusilado junto a otros ocho compañeros del Complejo y dos dirigentes del MIR que vivían en Valdivia: Fernando Krauss y René Barrientos.
Por la zona había pasado la Caravana de la Muerte con Arellano Stark a la cabeza.
Gregorio Liendo, marido de su amiga de infancia, Yolanda Ávila, había muerto el día anterior en el paredón de la Unidad de Comandos, a la entrada sur de la ciudad. Yolanda, al igual que Ida, también estaba embarazada.
El regreso a Valdivia fue veloz. El mismo 5 de octubre en compañía de su suegra, buscó los restos del esposo para velarlo en algún lugar, lo que resultó imposible, ya que los militares lo habían enterrado en una improvisada sepultura en el patio 12, a la entrada del Cementerio Municipal junto a sus compañeros de martirio.
Desde ese día nunca más se separó del cementerio.
-Después de 10 años cuando pretendían llevar los restos a una fosa común lo trasladamos a la tumba de mi abuelo. Años más tarde realizamos una nueva exhumación para trasladarlo al sitio que tuve que comprar, para su descanso definitivo.
Ejecutados, desaparecidos, presos, expulsados de sus viviendas, sumaban centenares los últimos meses del año ‘73.
Valdivia sería el nuevo escenario de la vida de Ida. Se estableció como allegada en los modestos hogares de dos tías que vivían en una población obrera cercana a calle Holzapfel.
La familia sufrió el rigor dictatorial. Su padre fue dete- nido, luego expulsado del Complejo. Con esfuerzo, junto a su mujer, logró levantar una rancha en las afueras de Panguipulli, lo mismo que otros centenares de víctimas del silencioso desplazamiento forzado.
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En 1984, nació en clandestinidad la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Valdivia, organizada con mucha va- lentía por Elisa del Carmen Hernández y Manuel Barrientos, familiares de los miristas asesinados ese año: Raúl Barrientos Matamala, Rogelio Tapia de la Puente y Juan José Boncompte Andreu. Jovencita se integró Margot Inostroza, buscando justicia para su hermano asesinado. Actualmente es la tesorera de la Agrupación. Ida se acercó al organismo a inicios de 1990.
La organización funcionó durante 18 años sin una sede. En 2004, gracias al ministro don Luis Bates, logró un lugar. En 2008 la Casa de la Memoria se trasladó al inmueble de Pérez Rosales 764, donde sigue funcionando. Un inmueble que carga una penosa historia ya que fue un centro clandestino de detención y tortura de la dictadura.
En 15 años, la Casa de la Memoria y los Derechos Humanos, se convirtió en un lugar de actividad permanente. Lanzamientos de libros; encuentros culturales y políticos en el frontis o en el patio del inmueble; seminarios y jornadas de información; lugar de visita de estudiantes que llegan con profe- sores a conocer la historia; punto de reunión de organizaciones sociales que la solicitan; y sede de encuentros nacionales de las agrupaciones de familiares, son las instancias más recurrentes.
En su interior se han inspirado muchos proyectos, los más importantes dieron lugar a los Sitios de Memoria de Neltume, de Chihuío, el emplazado en el Cementerio de Valdivia, Llancahue y Maiquillahue.
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El caso Neltume es conocido nacional e internacionalmente gracias al juez Juan Guzmán, quien con minucioso trabajo pudo llegar a la verdad de estos crímenes de lesa humanidad. Aquello motivó a las viudas de Rudemir Saavedra y José Gregorio Liendo a emprender en 1998 una querella judicial.
Después de 24 años de lento recorrido entre los laberintos judiciales con varios de los culpables fallecidos, un tercer fallo fechado el 16 de junio de 2023 aumentó las sentencias de algunos asesinos y elevó a la condición de culpable a uno de los más cercanos colaboradores militares de Pinochet: Santiago Arturo Ariel de Jesús Sinclair Oyaneder, condenando a 18 años de prisión por su responsabilidad directa en los ilícitos.
-Esto es tardío, llega cuando las esperanzas estaban perdidas, pero trae algo de tranquilidad esclareciendo la verdad y dejando establecida la presencia de la Caravana de la Muerte en Valdivia, con los crímenes ocurridos entre el 3 y 31 de octubre de 1973 -reflexiona Ida.
Después de 50 años de abandonar el lugar, en julio de 2023 Ida volvió a Quebrada Honda. El paso del tiempo se refleja en su andar lento, en el brillo de sus canas. Ya nada es igual. Los accesos están custodiados, rodeados de lujosos hoteles y residencias. No hay huellas de lo que fue su hogar. Menos del aserradero que allí existió.
Los ruidos del silencio, profundos en el bosque, apagan esta vez el violento recuerdo de esa aeronave que surcó los cielos llevándose a Rudemir.
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