Todo estaba preparado para el encuentro de fútbol esa tarde de domingo.
El Club Deportes Collico se trasladó hasta Huellelhue donde enfrentaría al equipo rival, pero quizás el destino o el simple azar determinó que, por la fecha y hora, ese encuentro no alcanzara a jugarse.
Eran las 15:11 horas del 22 de mayo de 1960.
Héctor Santiago Gómez Riquelme, conocido como “Beto” Gómez, hoy tiene 90 años y conserva lúcidos recuerdos de la experiencia que significó vivir el terremoto de 1960 en Valdivia.
Nacido el año 1932 en Paillaco, vivió y trabajó en el histórico e industrial Barrio Collico y finalmente se estableció en Llifén, comuna de Futrono.
Fue dirigente sindical y deportivo, de hecho, destacó como dirigente nacional de la Confederación de Obreros Molineros de Chile, trabajando para la empresa Sociedad Industrial Kunstmann S.A., que se dividía en molino, levaduras, alcohol, maestranza, carpintería y fábrica de fideos.
“Trabajábamos más de 500 obreros y más de 100 empleados, una tremenda industria”, afirma a Grupo DiarioSur.
Collico, a la orilla del Calle Calle, era un territorio urbano de bullente actividad productiva y deportiva, por eso, el domingo 22 de mayo de 1960, alrededor de las 14:30 horas, el equipo subió al tren que lo dejó en Huellelhue.
“Ese día el Club Deportes Collico se trasladaba al poblado maderero de Huellelhue, a unos encuentros de fútbol programados por la Asociación”, dice abriendo la caja de recuerdos guardados en su privilegiada memoria.
“Íbamos entrando al campo de juego cuando empieza un ruido terrible, tremendo. Empezó a moverse la tierra en forma tan fuerte”, señala.
“Unos jugadores estaban hincados de rodillas, otros botados en el suelo; veíamos cómo se juntaban y chocaban los techos de las casas y caían los pedazos al suelo”, explica la terrible escena.
“La techumbre que tenía la fábrica se caía. Todo quedó en ruinas, se levanto una polvareda donde volaba el aserrín, terrible. Creo que en ese momento hasta el más incrédulo se hincó de rodillas con las manos al cielo pidiendo perdón, pidiendo clemencia”, grafica el impacto del fenómeno sísmico en las construcciones y en las personas.
“Una vez que pasó el terremoto nos reunimos ahí mismo todos y acordamos viajar como pudiéramos a Valdivia, y al pasar por Carabineros les pedimos si sabían algo, pero estaba todo cortado. No había luz, no había teléfono, no había nada”, dice, confirmando el estado de aislamiento en que todo quedó.
“Carabineros nos dijo que nos fuéramos con cuidado nada más porque no se sabía qué pasaba más allá”.
Así las cosas los jugadores e integrantes de la delegación e iniciaron la marcha a pie. Eran 15 kilómetros en medio de la incertidumbre.
“Y nos fuimos... no sé cómo... pero corriendo, trotando, como podíamos, tanto por la calle como por la línea (férrea) desesperados por llegar a Valdivia”, expresa Beto Gómez.
No recuerda cuánto tiempo demoraron en ese apremiante camino de regreso recorriendo los kilómetros que los separaban de sus hogares.
El contacto con las primeras estructuras industriales en el acceso a Valdivia fue tremendo, todo destrucción, lo que hace unas horas eran enormes infraestructuras productivas ahora yacían quebradas o permanecían resentidas por el terremoto.
“Al lado abajo de la Cuesta de Soto empezaban las industrias. La primera industria de ahí era la papelera, una parte de la industria estaba en el suelo. Más allá las madereras, los castillos de madera estaban todos desparramados”, rememora.
“Hasta que llegamos al Barrio Collico. Frente a la cancha de futbol que se mantiene actualmente, está la Villa Huidif. Ahí había una muralla de ladrillo que estaba en el suelo. La curtiembre Stolzenbach tenía una parte nueva que todavía está, pero el área de madera estaba toda en el suelo”, recuerda.
El ambiente que encontró en el sector residencial de Collico era de desesperación, según lo que recuerda el antiguo vecino del barrio.
“La mayor parte de las casas eran de madera, así que no había tanta destrucción, la gente toda estaba en las calles, las señoras con los hijos, con niños chicos. Gracias a Dios, en mi casa y en la mayor parte de las viviendas no había nada más que desesperación”, dice recordando el panorama que se encontró al llegar a su hogar ubicado en Avenida Matta.
Pronto la gente se enteró que la naturaleza no había terminado de castigar a Valdivia.
Si antes nadie pudo imaginar el gran terremoto, menos alguien pudo pensar ni remotamente lo que significaban los efectos de un maremoto.
“Mas tarde alguien dijo “el río está subiendo pa' arriba, parece que corre hacia Huellelhue, hacia Antilhue en forma torrentosa”. Nos trasladamos por la novedad a ver cómo iba eso y crecía el río enormemente, así que más desesperados todavía”, enfatiza Gómez.
“Antes que oscureciera, no recuerdo la hora, salieron los camiones del regimiento con altoparlantes a avisar que la población subiera al cerro porque venía saliendo el mar”, cuenta.
Ahora estaban obligados a dejar sus casas por la cercanía de estas con el río.
“Empezamos a juntar las cositas que se podían llevar en las manos, con los niños, para ir subiendo el cerro. Todos arrancando desesperados antes que lleguen las aguas y nos alcancen”, así describe “Beto” Gómez ese éxodo cerro arriba desde Collico.
Llegó la noche y la gente debió improvisar campamentos con sábanas, frazadas, con lo que se pudiera para pasar las horas a la intemperie. “Había una especie de neblina, como que estaba lloviznando", rememora.
"Nosotros los hombres hacíamos fogatas. No llovió en la noche y hacíamos turnos para ir en grupos a ver al lado de la línea hasta la calle acaso el río había subido más”, indica.
“Al otro día fuimos a ver las casas y el río llegó solamente hasta la calle, pero la población que estaba a la orilla de la playa, como diez casas más o menos, todas estaban perdidas en el agua”, dice.
“Beto” Gómez recuerda los apellidos de algunas de esas familias cuyas casas sufrieron los efectos del aumento del caudal del río: Macaya, Urra, Cano, Ruiz, Jaque, entre otros.
En los días posteriores, las familias de Collico intentaron recuperar en algo la normalidad. La industria Kunstmann retomó la producción, aunque obviamente con dificultades, y teniendo sobre sí una descomunal amenaza producto de los “tacos” que obstruyeron el río San Pedro, desagüe del lago Riñihue.
Valdivia y Corral estuvieron conviviendo con ese peligro durante dos meses post terremoto.
Mientras, se organizó un esfuerzo sin precedentes para lograr el desagüe controlado del Riñihue, como la única forma de evitar el rebalse del lago cuyas aguas se precipitarían imparables destruyendo todo a su paso.
Héctor “Beto” Gómez dice que la tarde-noche del domingo 24 de julio de 1960, se supo que el obstruido río San Pedro sería desaguado.
“El día que se avisó que se había abierto el último taco fue un día domingo. La noticia la recibimos los trabajadores de Kunstmann como a las 9 de la noche. Nos citaron a la industria para que subiéramos los motores y todo lo que pudiera ser afectado al segundo piso", recuerda.
El aviso y las advertencias eran lógicas, ya que el desagüe aumentaría el nivel del río y anegaría gran parte de Collico.
Gómez dice que estuvieron hasta alrededor de la una de la madrugada en ese trabajo. Al día siguiente se inició la jornada laboral a las 7 horas. A eso de las 7:30 comenzó a notarse el aumento de la corriente del río. Era el Riñihuazo.
“Era impresionante ver cómo pasaban las techumbres de casas, de galpones. Pasó una yunta de bueyes enyugados, con carreta, todavía iban vivos y se los llevaba la corriente para abajo”, relata aún impresionado por esa visión de hace 63 años.
“En Kunstmann el agua subió como un metro y no bajó tan luego”, afirma, mientras revela también otro temor que se difundió en esa jornada.
“Se presumía que en el puente podía acumularse mucha madera, muchos palos que podían echar el puente abajo, pero no sucedió eso”, puntualiza.
El Riñihuazo fue el punto de inflexión que otorgó a Valdivia y Corral una nueva oportunidad, gracias a los enormes esfuerzos técnicos y humanos desplegados para evitar una segunda tragedia tras el terremoto de magnitud 9,5.
Aunque fuertemente afectado, el Barrio Collico pronto pudo respirar tranquilo nuevamente.
“Cuando el agua bajó, el barro quedó por lo menos a 40 centímetros, 50 centímetros del piso. Donde trabajábamos en Kunstmann nos costó mucho sacar ese barro, una semana o más”, comenta Gómez sacando de la memoria ese dato que puede parecer más doméstico, pero importante.
63 años han pasado y los recuerdos siguen patentes en quienes vivieron el impacto físico y psicológico del terremoto más grande registrado. El Barrio Collico ha crecido y ha cambiado mucho desde esa fecha, al igual que la ciudad de Valdivia y la Región de Los Ríos, pero aquellos días de tragedia no se olvidan.
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